Durante su paso por Perú, el obispo Robert Francis Prevost demostró ser un firme defensor de los derechos humanos y la justicia social, levantando la voz en contra de las violaciones que ocurrían durante la década de Fujimori (1990-2000). Su reciente elección como Papa ha generado un gran entusiasmo a nivel global, no solo por la renovación que promete a la Iglesia, sino por su valiente trayectoria ética.
Al elegir el nombre León XIV, Prevost parece rendir homenaje a León XIII, un progresista para su época y creador de la emblemática encíclica Rerum novarum, que abordó temas cruciales como la dignidad del trabajador y la justicia social en un contexto de transformación económica y social.
Este nuevo pontificado llega en un momento de crecientes desigualdades y crisis políticas, haciendo que la elección de un hombre con un fuerte compromiso con los derechos humanos no sea simplemente un cambio religioso, sino un posible símbolo de esperanza y justicia. Prevost fue una de las voces más claras dentro de la Iglesia en su denuncia de graves violaciones de derechos humanos, enfrentando valientemente al autoritarismo.
Particularmente relevante ha sido su férrea oposición a la reinstauración de la pena de muerte, fraseando contundentemente que “la vida humana no es propiedad del Estado”. A lo largo de su carrera, ha brindado apoyo a comunidades y líderes sociales que enfrentaban injusticias, convirtiéndose en un defensor incansable de los derechos humanos.
Su labor durante la transición democrática en Perú fue clave; apoyó reformas y trabajó en pro de la verdad y la reconciliación, estableciendo una relación estrecha con organizaciones que luchan por la justicia. Este compromiso activo refleja su profunda preocupación por los más vulnerables, un legado que espera mantener desde su nuevo cargo.
La figura de Prevost como Papa no solo representa un cambio dentro de la Iglesia, sino que también ofrece la oportunidad de un referente ético en un mundo que aún lidia con el autoritarismo. Su elección es más que una buena noticia para los católicos; es un recordatorio de que la justicia y los derechos humanos deben permanecer en el centro de toda acción.