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Trump y su cruzada por los Boers: privilegios blancos bajo el disfraz de asilo

Con una puesta en escena cuidadosamente planificada, 59 ciudadanos sudafricanos blancos —los llamados Boers— descendieron de un vuelo chárter, recibidos con honores poco habituales para quienes solicitan asilo. En la pista, altos funcionarios del gabinete de Donald Trump esperaban para darles la bienvenida. El presidente, en un discurso cargado de carga ideológica, justificó la acción: “Estamos extendiendo la ciudadanía a quienes huyen del genocidio”.

Pero ni la ONU, ni organismos de derechos humanos, ni el propio gobierno sudafricano reconocen la existencia de tal genocidio. Trump, sin embargo, impuso su relato: el blanco perseguido, el hombre occidental en peligro. Una narrativa familiar en su discurso, ahora convertida en política de Estado.

Una violencia real, pero sin color único

Sudáfrica enfrenta una grave crisis de criminalidad. Las granjas rurales, donde aún predominan los Boers como propietarios, han sido escenario de crímenes brutales. Pero el fenómeno es transversal: afecta a todos los sectores sociales y raciales. Lo que Trump llama “persecución racial” carece de respaldo empírico. “Nadie huye por ser blanco”, afirmó el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa. “Sí hay violencia, pero no está racializada como dice el presidente Trump”.

El color de la compasión

Mientras miles de refugiados centroamericanos son rechazados o deportados sumariamente, el caso de los Boers marca una excepción. El presidente no ocultó su interés en su perfil: descendientes de europeos, afines a su ideología, útiles en su cruzada antiinmigración selectiva. “Sea blanco o negro, no me importa”, dijo. Pero los hechos lo contradicen: en este contingente, todos eran blancos.

La decisión de abrir las puertas a este grupo es un gesto político, no humanitario. Es una validación del privilegio, una política migratoria diseñada con lápiz racial.

La diplomacia en llamas

Sudáfrica reaccionó con indignación. Su cancillería calificó la acusación de genocidio como “una provocación absurda, racista y fabricada con fines electorales”. La decisión de Trump ya impacta las relaciones bilaterales, que atraviesan su punto más bajo en décadas.

“Esto no solo es mentira, es peligroso”, sostuvo Terence Corrigan, del Institute of Race Relations. “Alienta el resentimiento racial dentro de Sudáfrica y convierte a EE.UU. en un actor ideológico dentro de un debate interno muy delicado”.

Musk, la nostalgia del apartheid y el nuevo eje global blanco

Algunos observadores ven en esta política el influjo de Elon Musk, empresario sudafricano y cercano a Trump, quien ha denunciado en redes lo que llama “el colapso del país bajo el socialismo racial”. La operación para traer a los Boers parece diseñada para complacer ese relato: blancos víctimas, gobierno negro opresor.

Frente a la embajada estadounidense en Pretoria, grupos Boer levantaron pancartas con una consigna reveladora: “Make South Africa great again”. Una Sudáfrica “grande” que, para ellos, se parece demasiado a la época del apartheid.

Una nueva frontera para el supremacismo

La medida abre un precedente oscuro. Estados Unidos, bajo Trump, institucionaliza un asilo migratorio condicionado por la raza. No es protección para los vulnerables. Es una puerta abierta a quienes se parecen a él, piensan como él y refuerzan su visión del mundo.

Los 59 Boers ya están siendo reubicados en varios estados del país. Para ellos, comienza una nueva vida. Para la diplomacia internacional, se abre un nuevo frente de conflicto. Y para Trump, es una jugada más en su guerra cultural global: una donde el color define quién merece ser salvado.

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